Texto y fotos: Braulio Valderas
Siempre he sentido que el retrato es una forma de silencio. No un silencio vacío, sino uno lleno de sentido. Un espacio donde la mirada encuentra su propio lenguaje y, por un instante, se suspende todo lo demás. En mi trabajo, Miradas al Alma, intento precisamente eso: detener el tiempo y escuchar lo que no se dice.
Nunca me ha interesado fotografiar rostros por su forma, sino por lo que contienen. Cada persona que se sienta frente a mi cámara trae consigo una historia, una memoria, una intensidad que no siempre se muestra en palabras. Por eso, antes de hacer una fotografía, espero. Miro. Escucho. A veces hablo. Otras veces no hace falta. Es en ese momento, casi imperceptible, cuando la máscara cae y aparece algo más hondo: la vulnerabilidad, la dignidad, el misterio de ser uno mismo frente a la mirada del otro.








No trabajo con grandes puestas en escena. Me basta una luz que respire, un fondo que no distraiga, un silencio compartido. Porque lo que busco es sencillo y complejo a la vez: retratar lo invisible, el alma. Capturar no solo un gesto o una expresión, sino la energía interior de quien tengo delante. No me interesa la imagen perfecta. Prefiero la verdad imperfecta, el temblor auténtico, la mirada que no huye.
Miradas al Alma es una colección de retratos que, más que representar, intentan acompañar. Cada imagen es el resultado de un encuentro, de una relación que se construye lentamente entre confianza, respeto y presencia. No hay prisa. Porque mirar de verdad, y dejarse mirar, requiere tiempo.
Creo que el retrato es un acto de entrega mutua. Una forma de respeto, pero también de revelación. Y cuando esa revelación ocurre, aunque sea fugaz, la fotografía deja de ser imagen y se convierte en testimonio. De eso trata este trabajo. De miradas que no solo ven, sino que hablan. Que no solo muestran, sino que conmueven.






