Por José Antonio Ortega Anguiano
El diseño de un paquete de detergente puede ser una obra de arte, si se pretende sublimar al crearla, según dogmatizan los estudiosos del Arte… Una idea que puede ser cuestionada y seguramente hasta rebatida.
Los orígenes de la música popular
Pese a la crisis interna española y su acentuación motivada por la quiebra mundial al hundirse la bolsa de Wall Street en 1929, durante los años de la Segunda República Española fue cuando se produjo una implantación de una cultura de masas como consecuencia de la conformación de una incipiente sociedad de consumo.
Hasta ese momento, en los que la radio apenas si existía, el fonógrafo era apenas un recién nacido y el cine había dejado de ser mudo muy poco tiempo atrás, la música tradicional de carácter local o regional y la zarzuela, era lo que copaba las preferencias del público. Pero, el tango y el cuplé, con Carlos Gardel y Raquel Meller como máximos exponentes respectivos, también habían calado entre un sector de la población que vivía en ciudades donde las conexiones con el resto del mundo eran más evidentes que en los pueblos o medios rurales, donde no llegaban estas nuevas corrientes musicales.
Poco a poco, fue surgiendo aquí en España un tipo de música de carácter autóctono cuyos orígenes estaban en todos los estilos musicales citados, lo que se conocerá como copla. Ya en esos años surgieron grandes nombres que aún hoy tienen connotaciones míticas: Imperio Argentina, Miguel de Molina o Conchita Piquer.
La contienda civil iniciada en 1936, propició que a su término se originase un nuevo tipo de sociedad marcada por una dura posguerra en la que la copla fue la auténtica protagonista del corazón del público al que llegaron de una manera certera unos poetas como Antonio Quintero, Salvador Valverde, José Antonio Ochaíta y Rafael de León y unos compositores musicales tan conocidos como Manuel López Quiroga y Juan Solano. Ellos, y unos cuantos menos importantes, fueron quienes llenaron la banda sonora de las vidas de las gentes que luchaban por salir de la situación económica en la que la pasada contienda las había sumido a su pesar.
Otros estilos
Los años cincuenta trajeron al país un poco de prosperidad y la sociedad de consumo se vio potenciada con ello, por lo que la cultura de masas se asentó definitivamente en el seno de la forma de vida de las gentes. La radio, la novela popular, el cómic y más tarde la televisión, serán los principales modos de entretenimiento, junto a la música popular en un alto porcentaje.
Si aún persistían los fuertes ecos de una música que hundía sus raíces en la copla, desde el inicio de la década ya habían empezado a sonar otros aires que llegaban desde fuera. La música hispanoamericana estuvo representada por nombres como Agustín Lara, Miguel Aceves Mejías, Pedro Infante, Lola Beltrán o Jorge Negrete. De manera paralela, el bolero, como estilo que toca los resortes de la pasión en todas sus formas, será otro de los géneros favoritos cuando un grupo como Los Panchos lo eleven a cotas artísticas muy altas.
No fueron estos los únicos influjos que prendieron en la música popular. La desgarrada voz de la magnífica Edith Piaf trajo aires de Francia, así como Doménico Modugno, Claudio Villa, Marino Marini y otros, pero sobre todo los ritmos de Renato Carosone, aportarán los de Italia. Aquí fueron Lilian de Celis, Gloria Lasso y Sarita Montiel quienes dieron una réplica a voces femeninas que venían de más allá de nuestras fronteras y cuya calidez hablaba de amor o desamor.
Sin embargo, el gran cambio con respecto a la permanencia de esos estilos almibarados lo propuso el rock & roll, un ritmo que rompió con todo lo conocido pero que fue aceptado por un sector de población que no había padecido las estrecheces de la posguerra.
Al final de la década de los cincuenta, desde Méjico, llegaron los discos de Los Llopis, Enrique Guzmán y Los Teen Tops que cantaban en castellano los éxitos de grandes fenómenos de la música americana como Bill Halley & His Comets, Elvis Presley, Jerry Lee Lewis, Little Richard, Ray Charles, Chuck Berry o Buddy Holly. Lo curioso es que las canciones que cantaban, por primera vez en la historia de la música popular, iban dirigidas a un sector de público consumidor que era adolescente, con lo que esa particularidad abrió a través de la música una brecha generacional que no iba a cerrarse nunca porque su discurso hablaba tan solo de lo que afectaba a los muy jóvenes e ignoraba al resto.
Los primeros sesenta
Tal vez, el suceso musical más importante del inicio de la década fue el grupo argentino Los Cinco Latinos, que basaba su sonido en la conjunción de cuatro voces masculinas a las que daba un contrapunto la magnífica garganta de la solista Estela Raval. Muchos de sus éxitos fueron adaptaciones de canciones de grandes voces norteamericanas que estaban copando el mercado mundial, lo que evidencia la globalización que se estaba produciendo debido a la hegemonía que desde el final de la Segunda Guerra Mundial estaban protagonizando los Estados Unidos, una preponderancia que no era solo de carácter cultural, sino también política y militar.
Entre esos grandes nombres americanos estaban Connie Francis, Nat King Cole, Paul Anka y el eterno Frank Sinatra. Mientras tanto, en ese país, innumerables grupos compuestos por una serie de voces magníficas estaban dando a las ondas radiofónicas temas muy simples que hablaban de amor como los que grabaron The Ronettes, The Drifters o The Rigtheous Brothers. En realidad, todos estos fueron una alternativa al éxito de los pioneros The Platters que habían hallado un sonido que puede calificarse de espectacular porque cada canción estaba grabada con unos arreglos muy efectivos mediante una técnica consistente en hacer un “muro” con el sonido resultante. A esa particularidad se la conocerá como el “sonido Phill Spector”, dado que tomaba el nombre del propio productor que editaba las grabaciones que él mismo registraba.
En esa década también llegaron artistas italianos que ofrecían otras perspectivas más acordes con los nuevos tiempos. Mina, Adriano Celentano, Rita Pavone, Peppino Di Capri o Gianni Morandi son algunos de estos, mientras que desde Francia se oyeron los ecos de las canciones de Charles Aznavour, Silvie Vartan o Françoise Hardy.
El resto de la música que podía escucharse era la producida en castellano, con María Dolores Pradera o el Dúo Dinámico, que inició una carrera incombustible que aún perdura, mientras que desde Suramérica desembarcaban los éxitos de Lucho Gatica, Monna Bell, Billy Cafaro y los de otra cantante imperecedera: Chavela Vargas.
Los grandes festivales
Parte de la industria musical de los primeros años sesenta estuvo centrada en la proliferación de festivales musicales de carácter competitivo, de los que saldrían nombres nuevos y a los que acudirían figuras consagradas porque eran un hito necesario para la continuidad de sus carreras.
El rey de todos fue el organizado en febrero o marzo en el casino de San Remo, en la Italia meridional. Este fue el auténtico pilar de la música italiana, hasta el punto que el ganador representaba al país en el de Eurovisión. Gigliola Cinquetti, Sergio Endrigo, Iva Zanichi o Pino Donaggio fueron muchos de los que le deben su popularidad a esta muestra aún en activo. Su gran difusión hizo que desde toda Europa y hasta de los Estados Unidos acudieran grandes como Dalida, Gene Pitney, Wilson Picket, Dionne Warwick y hasta Los Bravos y Aguaviva.
Las ventas de discos y las entradas de divisas generadas durante los primeros meses de cada año hicieron que se celebrasen también otras muestras similares organizadas por la RAI como Un disco per l´estate y la Canzonissima, entre cuyos vencedores y participantes se encuentraron Raffaella Carrà, Tony Renis, Jimmy Fontana, Tony Dallara, Massimo Ranieri, Al Bano y Nicola di Bari, pero estos encuentros no llegaron a los mismos niveles de aceptación.
Al socaire de este festival, el de Benidorm aquí en España tuvo en los primeros años sesenta una repercusión nacional muy grande cuando algunas canciones compuestas por Augusto Algueró se alzaron con el primer premio. Monna Bell, Elvira Quintillá y hasta Raphael y Julio Iglesias le deben la ventaja de haber sido conocidos en un primer momento.
El devenir del Festival de la Canción Mediterránea resulta curioso dado que los premios se concedían mediante una votación popular realizada entre el público asistentes, lo que introdujo un hálito de democracia en un país sumido en una dictadura. Pero, cuando no existe libertad es difícil que las cosas de este tipo se hagan con equidad y por lo tanto con justicia… En una de sus ediciones se recogieron más votos que asistentes, por lo que en la siguiente se volvió al sistema tradicional de votación mediante un jurado, que podía ser igual de manipulable que el democrático tan sui géneris.
Como se sabe, el festival de Eurovisión tiene como acicate la competición de distintos representantes de naciones europeas, lo que convierte a los intérpretes en abanderados del chauvinismo patrio. Se retransmite en directo a través de unas televisiones estatales, cadenas únicas en la mayoría de los casos por aquel entonces, lo que hizo que los ganadores o participantes como Cliff Richard, Udo Jürgens, Sandie Shaw, Lulu, Massiel, Raphael, Conchita Bautista, Mássimo Ranieri, Salomé, Julio Iglesias, Karina, Mocedades y Abba fueran muy conocidos dentro y fuera de sus respectivas naciones gracias a la extraordinaria difusión y audiencia.
Los éxitos de Luis Aguilé fueron tan instantáneos y volátiles como el globo de un chicle que hacemos y estallamos sin que seamos conscientes de ello. Eso sí. Lo disfrutamos. Menos mal.
Los bailes
Otro de los grandes capítulos dentro del espectro de la música popular fueron los bailes, que periódicamente obligaban a aprenderlos a quienes quieran estar a la moda, algo difícil de conseguir si tan solo se disponía para ello de crípticas lecciones coreográficas que se publicaban en revistas destinadas a la gente joven. Es decir, en soportes sin movimiento.
Lógicamente, el rock & roll era el rey de todos ellos, pero, por su facilidad para bailarlo, el twist se convirtió en una gran baza para que todo el mundo estuviera a la moda cuando fuera al guateque dominical celebrado en domicilios particulares, ya que apenas si había una infraestructura de salones de baile y las discotecas ni existían por aquel entonces.
Otros ritmos reconocibles fueron el madison, el hully gully y el tamouré, que trajo aires de las míticas islas del Pacífico, pero fue la yenka quien de verdad acaparó la atención del público.
Posteriormente, el sirtaki, el giro, el bicicle, el quando, la pulga y una cosa extraña denominada el achilipú, ya en la recta final de los sesenta. Sin embargo, hay que mencionar a un eterno creador de ritmos bailables llamado Georgie Dann que cada verano traía uno nuevo, como el kasachok, el bimbó, el chiringuito, la barbacoa y bastantes más…
La hegemonía inglesa
Mientras la música melódica copaba la producción discográfica de todos los países occidentales y el rock and roll y otros ritmos se iban convirtiendo poco a poco en algo a tener en cuenta, Inglaterra seguía estos mismos cánones. Entre sus intérpretes destacan Cliff Richard, los Shadows y poco más, pero, el 5 de octubre de 1962 ocurrió algo que cambiará para siempre el destino de la música: el lanzamiento del primer disco sencillo de un grupo llamado The Beatles, que se convertirá en el suceso más grande que ha dado la música pop.
Explicar el fenómeno es complejo, pero al menos habría que decir que las melodías que hacían o su sola presencia causaba ataques incontrolados de histeria entre la gente joven que acudía a verles a sus conciertos. Esta peculiaridad y el atrevimiento de sus cuatro componentes de dejarse unos cuantos centímetros de pelo más allá de lo que permitía la férrea ortodoxia en cuanto a modas, hizo que tan solo los aceptasen el sector adolescente de la población. Y no solo eso, sino que estos jóvenes convertirían a sus integrantes en un reflejo de lo que ellos querían ser.
Durante muchos meses, lo que se denominó como beatlemanía arrasó el mundo, con lo que la música pop se convirtió en un modo de expresión global para el grupo de edad que estaba en la primera juventud. A pesar del paso de los años, aquella generación que se hizo adulta oyendo una música que hoy pasa por ser clásica dentro del pop, jamás olvidó el legado musical que le dejaron The Beatles.
Inmediatamente, otros grupos ingleses como The Rolling Stones, The Who, The Kinks, The Hollies, etc., coparon también el panorama mundial de la música. A estos, les seguirá una segunda oleada entre la que se encontrarían nombres como Moody Blues, Procol Harum, Cream, Led Zeppelín y The Bee Gees o Easy Beats, estos dos últimos nacidos en las antípodas australianas, aunque de extracción anglosajona.
La réplica americana
Al otro lado del Atlántico, también surgieron grandes bandas que se llamaron The Mamas & The Papas, The Monkees, Canned Heat, Gratefull Dead, Janis Joplin, Santana, Blood, Sweet & Tears, Vanilla Fudge, Jeferson Airplane, Crosby, Stills, Nash & Young y otras muchas.
A la fuerza incontenible del beat se opuso la «intelectualidad» de la música folk norteamericana, cuyas letras hacían nuevas propuestas más acordes con un modo de vida que tenía poco que ver con modas pasajeras. Bob Dylan, Joan Baez, Peter, Paul & Mary, Pete Seeger, Simon & Garfunkel, John Denver o The Birds, fueron algunos de los abanderados de este estilo que rompieron con una música dedicada al consumo.
La tremenda popularidad de la música pop hizo que esta se desarrollase dando origen a tipos de espectáculos nunca antes vistos. Lo multitudinario de su influjo hizo que no hubiese edificios con aforo suficiente como para acoger a los seguidores de un artista o grupo, salvo en los estadios deportivos, pero, hasta estos se quedaron pequeños en algunos casos. Por ello, se optó por celebrar conciertos al aire libre que hoy resultan míticos como el de Newport, Altamont, Monterrey, Woodstock o el de la isla de Wight.
La música del cine
También la música del cine será otro de los referentes en los que recale la música popular. Desde muy antiguo, este medio de comunicación ha estado presente en la oferta cultural dirigida a la masa. En esos años que se analizan, las bandas sonoras más conocidas serán West Side Story, Mary Poppins, Love Story, Lawrence de Arabia, El Padrino, Éxodo, El Álamo, Doctor Zhivago, Zorba el Griego o las de las películas de la serie del Agente Secreto 007. Hasta el teatro hará su aporte con temas que provienen de grandes musicales como My fair Lady, Camelot, La leyenda de la ciudad sin nombre, así como un suceso extraordinario que entronca con la música rock: Hair
Especial atención merecen las bandas sonoras de 2001: a Space Odity, Muerte en Venecia o La naranja mecánica debido al hecho de que tuvieron algo de responsabilidad en dar a conocer al gran público un ápice de música clásica, aunque en este campo también se han de citar temas como el Romance Anónimo, integrado dentro del filme Juegos prohibidos o las adaptaciones que se realizaron del Himno a la Alegría, el Concierto de Aranjuez y algunas otras piezas del repertorio de la música culta.
Aquí en España, el cine también tuvo su importancia dentro de la música popular con las canciones de las películas de Marisol, Rocío Dúrcal o de Sara Montiel, sin olvidar sucesos ocasionales, pero, no por ello menos importantes como el que protagonizó Conchita Velasco cuando cantó Una chica yeyé como parte de la banda sonora original de la película Historias de la televisión.
Las compañías discográficas
El gran motor que mueve la música popular son las compañías discográficas, apoyadas por la muleta inestimable de la radio, la televisión u otros vehículos de masas.
En ese momento histórico, el acceso de un artista o grupo a una de estas empresas estaba condicionado por audiciones que se hacían directamente a los posibles candidatos cuya formación y lucha por llegar a grabar corría a cargo de los mismos interesados.
Durante la década de los años sesenta, existieron sellos muy importantes en los Estados Unidos como Capitol Records, CBS y otros. Sin embargo, como antes ocurriera con la Sun Records, la pequeña empresa que dio a conocer a Elvis Presley, había otros muy importantes que no estaban entre los grandes trusts económicos.
La Tamla Motown fue una empresa radicada en Chicago que estaba especializada en música hecha y cantada por afroamericanos. Su peculiar sonido acabó por erigirse en otro vehículo de consumo que llegó igualmente a una mayoría blanca. Los mejores intérpretes entre su catálogo fueron Diana Ross & The Supremes, Martha Rivers & The Vandellas y dos genios de la música como Steve Wonder o Marvin Gaye.
Otro de los sellos discográficos a tener en cuenta fue Atlantis Records, que dió a conocer un ritmo que se denominó “soul”. Entre sus artistas más conocidos estuvieron Otis Redding, Aretha Franklin, Sam & Dave, Joe Tex, Wilson Picket, aunque no hay que olvidar a otras discográficas que distribuyeron nombres como Tina Turner y James Brown.
En Inglaterra destacaron la EMI, cuyo sello Parlophone dio a conocer a The Beatles. Al final de la década, sus cuatro miembros crearon su propio sello que denominaron Apple.
En nuestro país, sobresalieron empresas como Hispavox, RCA, Novola o Belter, que se especializó en todo lo relativo al flamenco o canción española. Parte de los negocios de estas estribaron en la distribución en exclusiva de grandes sellos extranjeros que aportaron éxitos ya generados en los países de origen. Así, aunque en menor medida, el trasvase desde aquí hasta las discográficas forasteras fueron un hecho que explicaría la internacionalización de nombres como Julio Iglesias o Raphael.
Los medios de difusión y reproducción
Se ha de ser consciente de que en un tiempo no muy lejano la posibilidad de grabar sonidos no existía, con lo que la audición de una pieza de música era un hecho único e irrepetible, pero, cuando Thomas Alva Edison consiguió grabar la voz de su hija pequeña cantado el tema popular Mary had a little lamb, se abrió un mundo inmenso que cambiaría el mundo, junto a otros inventos decisivos y que tan imprescindibles nos son hoy.
La capacidad de grabar sonidos fue captada pronto por la industria del entretenimiento y la música popular fue una de las grandes beneficiadas con este nuevo invento. La conversión del original de una pieza musical en cientos o miles de copias es hoy una posibilidad muy cotidiana desde que se socializa el fonógrafo y el microsurco, conocido popularmente como «disco» por su forma circular.
La radio, cuya difusión comenzó a producirse durante las primeras décadas del siglo XX, es otro de los grandes canales de difusión al poder emitir mediante las ondas los discos que se ofrecían en el mercado. Con los años, la radio a transistores permitió transportar el receptor a cualquier lugar, lo que socializó y difundió aún más este modo de entretenimiento.
Así mismo, el magnetófono a bobina consintió la grabación particular, pero sus limitaciones fueron más evidentes debido a que fue una forma de pasatiempo que no contaba con una industria que permitiera generar dinero mediante la adquisición de productos complementarios, como el caso de los discos y el fonógrafo. Pero, cuando a partir de la segunda mitad de los años sesenta se comercializó el magnetófono a casete la cosa cambió ostensiblemente.
Y lo que es más importante aún: el inconveniente de movilidad que presentaba el tocadiscos, lo obvió el reproductor de casetes equipado con una batería de pilas, permitiendo, como antes lo hiciera la radio a transistores, que la música pudiera ser transportada a cualquier punto.
La música española del final de los sesenta
Como un reflejo del devenir autárquico, en los últimos años de la década de los sesenta se obligó a las emisoras españolas de onda media a que no programasen dentro de su horario de emisión más de un cuarenta por ciento de música en idiomas extranjeros. La intención era que la industria nacional se viera potenciada debido a la difusión obligada de cantantes y grupos autóctonos, con lo que aumentarían las ventas y no habría que pagar royalties a otros países.
La medida tuvo un efecto casi inmediato porque existía ya un público consumidor habituado a comprar discos, con lo que gente como Juan Pardo, Los Módulos, Joan Manuel Serrat, Massiel, Los Diablos, Aguaviva y muchos otros verían aumentada su popularidad y sus dividendos.
Otra de las consecuencias fue que la programación radiofónica se vio forzada a ubicar espacios en los que se diese auge a la música tradicional suramericana, con lo que se dio pábulo a artistas como Quilapayún, Victor Jara, Mercedes Sosa, Jorge Cafrune y muchos otros cuyas letras no eran convenientes para las ideas que se obstinaba en imponer el gobierno.
La dimensión sociológica
Como cualquier otro medio de masas, la música popular tiene una dimensión sociológica que se complementa con muchos otros ámbitos sonoros, visuales o escritos.
Como no podía ser de otra manera, el amor es la temática más importante que copa las letras de las canciones porque, a fin de cuentas, es el motor que nos mueve.
Se pueden encontrar versos plagados de amor, como los de Domenico Modugno cuando dice que «la distancia, sabes, es como el viento, que apaga los fuegos pequeños y enciende los grandes» La lontananza o los de The Platters al cantar «algún día descubrirás que todos los que aman están ciegos. Cuando tu corazón está ardiendo, debes darte cuenta que el humo ciega tus ojos» (Smoke in your eyes).
Hay verdaderos himnos a la resolución para amar, como el de Edit Piaf al afirmar que «barridos mis amores con sus trémolos, barridos para siempre, vuelvo a partir de cero. No, nada de nada. No, no me arrepiento de nada. Ni del bien que me han hecho ni del mal. Todo eso me da lo mismo. No, nada de nada. No, no me arrepiento de nada, porque mi vida, mis alegrías, comienzan hoy contigo»”. (Je ne regrette rien).
También hay manifestaciones de despecho como cuando Adriano Celentano le replicaba a un antiguo amigo que «ahora vienes a preguntarme que dónde está tu mujer. Debías de imaginarte que un día u otro se iría. La has desposado sabiendo que ella, sabiendo que ella, moría por mí. Ciertamente, con tu dinero has comprado su cuerpo, pero, no su corazón».(Storia d´amore).
Hasta había casos de aceptación de una suerte malhadada, como la de Rita Pavone cuando le decía a quien le tenía a sus pies que «tú te aprovechas porque eres mi pasión y sabes que me basta con estar contigo. Tu amor no es de azúcar, pero me gusta igualmente porque yo me siento una peonza y me gusta girar alrededor de ti. Tú lo sabes, tú lo sabes. Yo haré siempre aquello que tú quieras. Lo que tú quieras» (Zucchero).
Incluso, las penas del amor paterno se exponen con tristeza cuando The Beatles cantan «miércoles a las cinco de la madrugada, justo al amanecer, ella cierra en silencio la puerta de su habitación y deja una nota con la esperanza de que lo explique todo. Baja a la cocina apretando su pañuelo, gira con cuidado la llave de la puerta trasera y sale fuera. Es libre». (She´s leaving home).
Pero no solo se canta al amor y al desamor en cualquiera de sus formas. También la declaración de la conciencia social puede ser cantada cuando se dice «y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardo ni ortiga cultivo. Cultivo la rosa blanca. Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar. El arroyo de la sierra me complace más que el mar» (Guantanamera).
Por otra parte, cuando se hizo más que evidente que el ser humano tenía un problema de enfrentamiento con la integridad del medio en el que vive se comenzó a denunciar esta situación inicua, como hizo Adriano Celentano al decir que «allá donde había hierba, ahora hay una ciudad y aquella casa en medio del verde ¿dónde estará? No sé porque continúan construyendo casas y no dejan hierba, no dejan hierba. Si seguimos así ¡Quién sabe qué pasará!». (Il ragazzo della via Gluck).
Hasta algo tan inhumano como la guerra puede ser denunciado desde una canción, incluso con un toque de humor que hiela la sangre, como hicieron Country Joe MacDonald And The Fish al cantar que «vamos, madres de todo el país, empaqueten a sus hijos para Viet Nam. Vamos, padres, no lo duden. Envíen a sus hijos cuanto antes y pueden ser los primeros de su bloque en tener a su niño de vuelta a casa en una caja». (Feel like I’m fixing to die).
Como se ha visto, el poder de la palabra, los versos de una canción, en suma, pueden ser un arma contundente que despierte la conciencia de la gente, con lo que se convierten en un vehículo de transmisión de ideas. Durante los años sesenta era muy corriente encontrar canciones que hablasen de pacifismo, de la pérdida de las raíces, del rechazo a un sistema de vida que no era una panacea, de revolución, de libertad, ya sea sexual o política, de igualdad entre las gentes y, en suma, en todo lo que nos refleja como individuos en cuanto a aspiraciones y deseos de hallar la felicidad, el fin último de todo ser humano.
Si bien la música manifiesta facetas de la vida de los seres humanos, hay que tener en cuenta que en este amplio espectro también están incluidos otros aspectos que pueden ser contraproducentes. Uno de éstos fue la insistente propaganda que desde algún tipo de música de vanguardia se hizo con respecto al mundo de las drogas, un asunto que se acabó somatizando como parte de la actitud de libertad, con lo que costó mucho dolor a quienes no fueron capaces de discernir cuánto de peligroso había en jugar con ellas.
En cuanto a la dimensión económica de la música pop, se ha de decir que durante las décadas de los sesenta y setenta, fue el medio que más dinero generó dentro de la industria dedicada al entretenimiento, prueba evidente de que es un ámbito que forma parte indisoluble de la sociedad.
Conclusión
Al igual que ocurre con otros medios de masas, si la música popular es un generador de ideas o tan solo un vehículo de transmisión de éstas es un debate tan absurdo como el que plantea la necia pregunta sobre qué fue primero, si el huevo o la gallina.
Lo que sí es un hecho es su inmanencia, con la cual ha puesto algo de felicidad en algún momento de las vidas de cuantos acceden a este medio… Lo demás, si esto se da por cierto, importa poco.