Fotografía y textos: Braulio Valderas
Quería Valle-Inclán, posiblemente el mejor literato del siglo XX, reflejar con el esperpento la realidad más profunda de los seres humanos, exagerando o distorsionando su estética con el fin de hacer un retrato emocional de la sociedad. Para ello, ponía como ejemplo los espejos del Callejón del Gato, donde uno se veía deformado a lo alto o a lo ancho, queriendo demostrar así que esta visión distorsionada y decadente de nosotros mismos realmente se correspondía con la sociedad de su época.
Casi un siglo después, la sociedad actual tiene sus propios esperpentos, sus propios modelos que conviven con nosotros y en los que nos miramos para tener un referente. Este esperpento actual hoy nos llega a través de una pantalla, de un escaparate o de un anuncio que nos muestra constantemente nuestros sueños y en cierta forma nos muestra también el esperpento que somos. Se encargan de inculcarnos desde muy pequeños los modelos a seguir mediante la cultura de la competitividad, que nos hace sentirnos mal con nosotros mismos. Lejos de enseñarnos a descubrir nuestro SER, nos invitan a TENER, a POSEER, a CONSUMIR.
Estos <<modelos>> nos acompañan de por vida y nos muestran cada una nuestras neuras o debilidades que tenemos. Desde el peluche que dormía con nosotros cuando teníamos pesadillas al caballo que montábamos en la niñez o al modelo de escaparate de nuestra juventud que llevaba la chupa que deseábamos comprar, la imagen iconoclasta que adoramos y veneramos como si tuviese poderes, nos acompaña también hasta la tumba, donde una escultura la preside. Todo es irreal y los muñecos son el reflejo de ese mundo imaginario que esta sociedad del espectáculo nos muestra.
Seguimos sumergidos en un mundo irreal adornado por imágenes (ya sean muñecos, marionetas, títeres, maniquíes o esculturas) que utilizamos como modelo de esta misma vida irreal en la que estamos inmersos. Una sociedad incapaz de tener un atisbo de unión, de sentimiento solidario. Basamos todo en nuestro ego y solo nos empleamos a fondo en el postureo. Antes de salir a defender nuestros derechos, preferimos salir a los balcones a aplaudir para que nos vea el vecino lo solidarios que somos, aún siendo conscientes de que el aplauso es un brindis al sol. Somos simplemente unas marionetas dirigidas desde las corrientes de opinión y no nos gusta que nos pongan un espejo delante. Vivimos un espectáculo y nos convertimos en las<<imágenes>>que nos acompañan. Una sociedad irreal y ficticia que nos conduce hasta nuestro propio esperpento.