Cuando la Edición es Arte

Entrevista al editor Manuel Caldas por Jose Antonio Ortega Anguiano

Manuel Caldas es un gran apasionado de los cómics, de los quadradinhos, como se dice en portugués —la dulce lengua hermana—, de los tebeos, como decimos en España. Además, es editor… Un buen editor, pero inusual, como se va a dar a conocer a través de sus propias palabras.

Una tarde de invierno, de esas que parecen olvidarse de la época a la que irremediablemente pertenecen, porque incluso hace calor cuando te expones al sol, quedé con Manuel para hablar de esta forma de cultura que tanto nos gusta a ambos.

El editor llegó a la cita con puntualidad prusiana. Nos saludamos, nos preguntamos por la salud, que a nuestra edad es algo por lo que preocuparse, y elegimos una mesa en la terraza de una cafetería no concurrida por ser un día laborable.

No sé porqué, el lugar me era conocido, pero no fui capaz de averiguar a qué me recordaba.

La edición de Lance de Manuel Caldas es la mejor restauración que se ha hecho de un clásico de los cómics norteamericanos de la época dorada.

—¿Qué tal le va la vida, Manuel?   — le pregunté mientras nos sentábamos.

— Pues, como suelo decir, muy bien dentro de la mediocridad general.

En cuanto pudo, nos atendió la joven que servía las mesas.

Yo quiero un té. Negro y de Ceilán, si es posible —le pedí al ser interpelado por ella con un acento muy extraño y luego le preguntó a Manuel.

— Yo quiero también lo mismo que va a tomar mi amigo… —pidió mi acompañante.

El aspecto de la camarera nos llamó poderosamente la atención, pero era el normal en aquel lugar frecuentado por parroquianos semejantes, con lo cual, simplemente, dejamos que todo discurriese como debía.

Mientras esperábamos a que nos trajese lo que habíamos pedido, tomé el móvil, puse en marcha la grabadora digital del mismo e iniciamos nuestro diálogo.

Siempre hay un comienzo para todo, Manuel ¿cómo fue su inicio en los cómics?

— Recuerdo bien que cuando tenía unos cinco o seis años sentía una gran atracción por las historias ilustradas que publicaban en el periódico que traía mi padre a casa. Es natural que un niño se sienta atraído por las imágenes, pero la verdad es que la atracción en mí era mayor que en los niños con los que convivía. Sin embargo, hasta los nueve años no comencé a tener acceso a revistas de cómics.

Los niños Kin-der es una de las primerísimas obras del cómic norteamericano cuya autoría se debe al gran artista germano-americano Lyonel Feininger, que no solo se dedicó a los cómics, sino que tuvo una trayectoria muy fecunda en el campo de la pintura.

¿Qué títulos se editaban en esa época?

— Muchos. Muchos y baratos, ya que la calidad, no solo en Portugal sino en todos los países, era muy modesta o incluso mediocre. Tintín era el más lujoso, en un formato más grande de lo normal y a todo color. Y la versión portuguesa publicó no solo lo mejor del Tintín belga sino también del Pilote. Además, Portugal también recibía muchas revistas brasileñas.

¿Cuáles eran sus preferidas?

— No tenía preferidas. Me interesaban todos aquellas a las que pudiese echar mano y a las que pudiese fijar la vista. Pero, sabía muy bien distinguir lo mejor de lo peor. Sabía muy bien, por ejemplo, reconocer que había estilos muy diferentes en las historias de las revistas brasileñas de Walt Disney. Y años después pude descubrir que todas las historias que más me habían marcado fueron escritas por Carl Barks.

Un gran autor y muy reconocido por este trabajo para la Disney… Actualmente ¿Cuáles son sus personajes favoritos?

—Primero, y como es mundialmente conocido [sonríe], el Príncipe Valiente, y luego… tantos, tantos que ni siquiera vale la pena hacer una lista. También porque un personaje puede gustarme mucho si lo dibuja un autor, pero puedo odiarlo si lo dibuja otro. Este es precisamente el caso del Príncipe Valiente, a quien detesto cuando es dibujado por los sucesores de Hal Foster.

Cuando la camarera nos trajo los tés, hicimos como que no reparábamos en su aspecto, pero cruzamos una mirada cómplice muy fugaz entre Manuel y yo. 

Cisco Kid, de José Luis Salinas y Rod Reed, es otra de las series del Oeste más importantes de la historia de los cómics.

—¿Cómo fueron sus inicios en el mundo de la edición?

— Haciendo, a los diez años, revistas de un solo ejemplar, ya que en aquella época no había fotocopiadoras… Pero ya era tan consciente de mi actividad como editor [sonríe] que incluso incluía una ficha técnica en mis publicaciones, e insistía en escribir en ella: «Impreso en Tipografia Mãos de Manuel António».

Vaya… Muy precoz. Entonces, por lo que veo editó usted fanzines..

— Muchos, pero cuando ya no era un niño. Debo haberme acercado mucho a los cien. Empecé en 1986, con Nemo, o fanzine dos que gostam da BD, integrado únicamente de artículos sobre cómic. Hubo treinta y cinco números hasta 1999, más cuatro o cinco extraordinarios. Y también publiqué unos veinte números de otro, llamado Zero. Y tal vez una docena de The ‘Nemo’ Booklets of Classic Comics. Y varias ediciones más fuera de colección. Inclusive un volumen con los doce episodios de Sunday, de Víctor de la Fuente y Víctor Mora.

¿Cuándo tomó la decisión de publicar los grandes clásicos?

— Fue entonces, cuando al descubrir que no existía en el mundo una edición perfecta de Príncipe Valiente, comencé a obsesionarme con la idea de hacerla yo mismo. Intenté convencer a algunos editores ofreciéndoles mi trabajo, pero fue en vano. Entonces, el dueño de una tienda de cómics usados que también vendía mis fanzines, sugirió que ambos lo hiciéramos y todo siguió adelante. Eso sí, como me parece que ocurre en la mayoría de historias en las que dos amigos se unen en un gran proyecto que termina en un éxito rotundo, mi «socio» acabó traicionándome para quedarse con la gallina de los huevos de oro. Y luego, tal como cuenta la historia, la mató y se quedó sin nada.

La edición integral de Dickie Dare, dibujado por Milton Caniff, es otra de las obras de los cómics insuficientemente conocidas que Caldas rescató para la posteridad.

— Si empezamos a hablar de gente aprovechada en el mundo del cómic, no acabaríamos. Mejor seguir adelante soslayando el asunto… ¿Publica lo que le gusta o tiene un sentido comercial y edita personajes que se venden bien?

— Esa es mi perdición como empresario: solo publico lo que realmente me gusta y con la intención de hacerlo mejor de lo que se ha hecho antes.

Una intención muy loable, pero eso le obliga a tener que mejorar sus publicaciones en todos los sentidos: limpiar y restaurar los cómics que se conservan, que no siempre son adecuados, optimizar la calidad de la impresión, mejorar el diseño de la maquetación de las ediciones, elevar la calidad del papel… Todo ello enriquece y encarece lo que edita…

— Sí, por eso mis ediciones son más caras de lo normal y no tienen tapas de cartoné, para evitar que sean aún más caras. Y al final, para disgusto de mi esposa [ríe], no me hago rico.

Puede que esta sea la mejor edición que se haya hecho en el mundo de la serie Prince Valiant in the days of King Arthur.

Lo que sí es evidente es que ha realizado usted ediciones de clásicos norteamericanos que son muy desconocidos incluso en su país de origen. Hablo, por ejemplo de The Kin-Der Kids, el primer Tarzán de Foster, Dot and Dash y algunos otros clásicos de los que nadie se acuerda y, si se conocen, es a unos niveles muy minoritarios, lo cual intensifica la exigua venta de la edición.

— Sí, pero eso es porque los conozco de ediciones hechas en otros países. Por ejemplo: Jed Cooper, que acabo de publicar, fue una serie con una cobertura muy modesta en Estados Unidos, pero en su momento llegó a Portugal.

Sí. Todo depende de los cauces de penetración que tengan las agencias de distribución. King Features Syndicate estuvo siempre muy bien ubicado en el campo de la edición en todo el mundo iberoamericano, por lo que sus personajes tuvieron más oportunidades que los de otras compañías ¿De dónde toma los originales que desea editar?

Otra de las apuestas de rescate de un clásico de los cómics es Casey Ruggles, una serie del Oeste magníficamente dibujada por Warren Tufts.

— De ediciones antiguas, del país que sea, de recortes de periódicos y, si tienes mucha, mucha suerte, de pruebas originales o, como ocurrió con gran parte de Príncipe Valiente, de fotocopias de las mismas. Hay un caso en el que tuve acceso a escaneos de originales del propio artista: mi libro Arte de Alcala, dedicado a Alfredo P. Alcala.

Hable del proceso de adecuación de una página para que sea publicada.

— Para poder ser publicada, en la gran mayoría de mis ediciones, primero hay que restaurarla. Se trata de recortar las mejores partes de las distintas fuentes disponibles y juntarlas para obtener algo nuevo. Eso significa que una sola viñeta puede tener partes de dos o más fuentes. Se necesita mucha paciencia, pero se pueden hacer milagros con las computadoras.

Eso es evidente a la vista de las ediciones que ha hecho, si además se conoce el estado de las fuentes de las que se ha partido ¿Sus publicaciones están sirviendo como modelo a otras ediciones de clásicos que se están haciendo por todo el mundo?

— Sí. Mi restauración de Lance es la base de las ediciones que se hicieron en Noruega, Alemania, Montenegro y Estados Unidos. Y Cisco Kid y Casey Ruggles ya se han publicado parcialmente en otros países. En relación a Lance, me da una sensación extraña, casi irreal, pensar que el joven que un día soñó con una edición completa de la serie, el joven que durante años esperó que alguna editorial en el mundo la hiciera, soy yo. Soy yo sin haber pensado ni por un solo momento que podría convertirme en eso.

La constancia hace milagros, Manuel… Hay otra peculiaridad en su forma de editar y es que publica usted en castellano y portugués simultáneamente. De hecho, esto no es nuevo. En España, los editores instalados en territorios donde hay lenguas minoritarias editan en castellano, pero también lo hacen en catalán, euskera o gallego ¿Todo lo que edita usted se hace en su idioma y en español o solamente unas obras en los dos y otras únicamente en uno?

— Al principio publiqué algunas obras simultáneamente en español y portugués, porque eso reducía el costo de impresión, pero aun así las ventas no merecieron la pena, por lo que tuve que desistir y quedarme con el idioma español, ya que el mercado español es más grande y el portugués resultó insuficiente.

¿Qué personajes ha editado?

Príncipe Valiente —mi edición máxima—, Lance, Casey Ruggles, Matt Marriott, Cisco Kid, Tarzán, Dickie Dare y Johnny Comet. Y también Dot & Dash, en una edición por la que siento un cariño especial.

¿Cuáles están en su cartera esperando una edición adecuada?

— Quiero continuar con las colecciones que aún no están completas, pero la única serie que tengo esperando una edición adecuada es Ragnar, de Eduardo Teixeira Coelho. Pero, por supuesto, mi cabeza está llena de proyectos que ya no viviré para realizar.

Teixeira Coelho hubiese sido un continuador muy cualificado para Príncipe Valiente, pero bueno, hablemos de otra cosa… ¿Cómo son las ventas de estas colecciones?

— Malas, la mayoría [sonríe]. Mis únicos best sellers fueron los dos volúmenes de Príncipe Valiente que se vendieron en librerías, El Cuervo, que no es un cómic sino el poema de Allan Poe ilustrado por Gustave Doré, y Johnny Comet, de Frank Frazetta. El Tarzán, de Russ Manning también se vendió razonablemente bien, pero menos.

¿Cuál va a ser el futuro de su editorial?

— Afortunadamente nunca he tenido una editorial, siempre he sido una persona singular que publica libros. Por tanto, estoy exento de determinadas obligaciones burocráticas. Nunca se informará: «Manuel Caldas entra en quiebra» [sonríe].

La restauración que hizo Manuel Caldas de Principe Valiente en los dias del rey Arturo es tan perfecta que hasta pueden verse las señales del lapiz que Harold Foster dejó en el original para que el colorista completase el dibujo con nubes, montañas y sombras.

Se sabe que no puede vender Prince Valiant en España. Cuéntenos el motivo de tal situación…

— Es una historia larga, pero intentaré ser breve… Cuando se conoció la edición portuguesa en España, comencé a recibir cartas (en esa época todavía se escribían cartas) para hacer una edición en español y algunos blogs también empezaron a hablar del tema. Así, después de cinco volúmenes en portugués decidí probar suerte en España. Hablé con el representante de King Features en Portugal y le pedí un contrato por seis volúmenes y venta únicamente por correo, ya que en ese momento Planeta De Agostini también publicaba la serie. Para mi sorpresa, cuando recibí el contrato, decía claramente que mi territorio de ventas era «todo el mundo» y no exigía que las ventas tuvieran que ser exclusivamente por correo. Entonces, como SD Distribuciones ya se había puesto en contacto conmigo mostrando interés en distribuir una edición que hiciese en español, les envié un correo informándoles que podían contar con la edición. Y los dos primeros volúmenes publicados por mí y distribuidos por SD fueron un éxito rotundo.

Hasta que Planeta intervino.

— ¡Sí! Solo alguien tan ingenuo como yo no habría pensado que un gigante como Planeta contemplaría impasible el triunfo de un enano. Y entonces recibí una orden de King Features para que dejara de venderlo en las librerías. No tenían derecho a prohibirme, ya que no estaba violando el contrato, pero les obedecí, para que al finalizar los seis tomos contratados no dejaran de renovarme el contrato por más. Pero, al fin y al cabo, todavía no me permitieron continuar. Tuve que hacerlo después, de incógnito, a través de un amigo de Uruguay, cliente mío, dueño de una imprenta y también con estatus de editor. Instruido por mí, obtuvo el contrato necesario de King Features y pude continuar con la edición como si fuera suya. En otras palabras: logré, de forma legal, engañar al King Features.

O sea, que hay que tener la picardía de un abogado para poder subsistir… Sí. Las grandes editoriales suelen ser implacables y no solo con las ediciones, sino también con otros aspectos, por ejemplo, Planeta… Siguiendo con lo que estábamos hablando ¿Es rentable perder tanto tiempo en la adecuación de un álbum?

— No es perder el tiempo [risas], es gastarlo. Económicamente, es evidente que no es rentable. Pero nunca me metí en el mundo editorial para ganar dinero. Afortunadamente, después fue dando para vivir e incluso dejé el trabajo que tenía en una escuela.

¿Debe pagar a sus colaboradores, traductores, correctores, investigadores que conozcan una obra para hacer el prólogo de los álbumes, etc.?

— Tengo la suerte de atraer gente dispuesta a colaborar gratis, como Jesús Yugo, Eduardo Martínez-Pinna y usted mismo, José Antonio, o a un precio especial a la hora de rotular, como Antonio Moreno, o traducir, como Rafael Marín. Y para la edición de Dickie Dare la traducción la hizo gratuitamente Francisco Sáez de Adana.

Lógicamente, al impresor, sí que debe abonarle su trabajo. ¿Qué tanto por ciento del total debe destinar a este capítulo?

— De memoria, solo puedo decirte que imprimir los 600 ejemplares de Casey Ruggles número 4 me costó casi, casi 2000 euros, en la imprenta más barata que hay en Portugal. Como el precio de venta es de 18,50 euros y solo recibo el 40% del distribuidor, solo para pagar la impresión necesitaba vender 270 ejemplares. ¿Cuántas se vendieron en las librerías de España? 260. Afortunadamente, a través de la venta directa por correo logré vender casi 70. Aún así sufrí una pérdida económica, ya que para realizar el libro tuve que pagar la traducción y restauración del color de las planchas. ¿Y cómo pago mi trabajo de rotulación y restauración de las planchas blancas y negras?

La primera dominical del Tarzán de Russ Manning con su color original restaurado.

¿Y Tarzán?

Tarzán, afortunadamente, vendía cerca de quinientas copias, incluso más al principio, pero había que pagar derechos de autor, que es el 8% del precio de venta.

Le deseo la mejor de las suertes. Debe tenerla porque hay pocas personas que hagan esa labor por los cómics, tan ardua pero tan poco compensatoria económicamente y a la vez tan gratificante…

— Sí, soy una persona muy afortunada, pues desde mis cuarenta y cinco años he podido vivir exclusivamente de lo que más me gusta: publicar libros de cómics, solo los que quiero, como quiero y enteramente concebidos por mí, no simplemente traducciones de ediciones extranjeras. Algo que jamás había pensado que podría suceder, que ni siquiera, muy naturalmente, había osado desear. Que en la edad en la que se sueña yo pensase que un día sería editor profesional fue algo que jamás, jamás me pasó por la cabeza, ni siquiera en sueños. Sucedió naturalmente.

Le di las gracias y nos despedimos con un apretón de manos. Cuando inicié la vuelta a casa pensé en el rato tan agradable que habíamos protagonizado hablando de tebeos, o de quadradinhos. También pensé en la labor de traslación de la conversación de sonido a texto, muy ingrata siempre, pero no me importó porque pensé en lo agradable que me había resultado estar en aquel lugar que me había resultado tan familiar cuando llegué. Entonces, me pare y me volví para contemplarlo… 

Ah, claro… Era la Taberna Galáctica… Entonces, sonreí al recordar las historias que se habían contado en aquellas mismas mesas en las que habíamos estado por gente tan variopinta, pero a la vez tan irreal.1


1.Historias de Taberna Galáctica es una obra de Josep María Beá publicada por Josep Toutain en la revista 1984 entre 1979 y 1981 y que más tarde apareció en álbum prácticamente en todo el mundo. Estaba dividida en quince capítulos independientes de cuatro a diez páginas, más o menos, en los que los protagonistas —uno distinto en cada episodio, de aspectos dispares y grotescos por haber venido de miles de planetas de la galaxia, como la camarera— contaban historias totalmente absurdas e hilarantes al resto de los parroquianos.

Córdoba, 28 de febrero de 2024

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